Día Octavo
Santo
Angel, mi guía celestial,
a quien
tantas veces he entristecido
con mis
pecados. No me abandones.
Te lo
ruego.
En medio de
los peligros,
no me
retires tu apoyo.
No me
pierdas de vista ni un solo instante,
sino que
tus amables inspiraciones dirijan
y
fortifiquen mi alma,
reanimen mi
corazon desfallecido
y casi
apagado,
porque está
sin amor:
comunícale
alguna chispa de las
llamas
suaves y puras que te abrasan,
a fin de
que cuando
llegue el
término de esta vida
pueda en tu
compañía y la
de todos
los Angeles obtener
la vida
eterna y ver sin cesar
a Dios,
amarlo, alabarlo y bendecirlo.
Amen.
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